martes, 23 de febrero de 2010

La mántica griega en dos casos y cuatro poemas


Por Walther Espinal

Furor apolíneo-dionisíaco

Apolo es hijo de Zeus y Leto. Desde su nacimiento fue coronado con Hiedra y fuerza invencible. Sus flechas son un regalo de Hefesto. Y Zeus le entregó un carruaje que es tirado por cisnes. Apolo nace en la isla de Ortiga, que luego fue Delos, y posteriormente, Delfos. La historia de Delfos narra que este lugar, antes de llamarse así, era conocido como Lugar de Pito, a los pies del monte Parnaso. Allí el monstruo Pitón servía a Hera persiguiendo a Leto, la madre de Apolo. El dios de la lira acaba con el animal Pitón y desde entonces instituye en su honor los juegos fúnebres píticos y un santuario para su culto. Este templo después tendrá el nombre de Delfos, Delfis, Delfín, porque Apolo se convertía en este ser mitológico y entretenía y guiaba a los ocupantes de las naves.

Por un año, Apolo abandonaba a Delfos y pronunciaba oráculos en el país de los Hiperbóreos. A él se le atribuyen también las artes de la medicina y el tiro con arco. Se dice que profetizó la justicia y la equidad.

Para Giorgio Colli, Apolo representa la plenitud del conocimiento y la presunción del saber, características inherentes ambas al arte adivinatoria. Apolo, a pesar de conceder la sabiduría a los hombres “...se mantiene a distancia, él es el dios que hiere de lejos...”. A diferencia de Dioniso, el dios de la luz no comunica la sabiduría fuera de sí, es decir, como un modo de manifestación del carácter, sino que “...la sabiduría que él concede está compuesta de palabras, y por eso es algo que concierne al hombre...” Lo que ocurre entonces con el dios del equilibrio es una armonización de los elementos proféticos. Por eso su culto no despierta en la religión griega una conmoción tan profunda como la que produjo Dioniso por ser éste “...un dios reciente...” Un ejemplo para ilustrar la aceptación de Apolo dentro de la religión griega fue su oráculo en Delfos el cual conservó “...su celebridad desde el arcaísmo hasta la época imperial...” y mantuvo con las divinidades veneradas hasta el momento un respeto por “...sus características iniciales...”

Otro rasgo de Apolo consiste en la profunda afinidad que él guarda con Dioniso en el campo de la sabiduría. Al respecto Nietzsche hace notar que la entrada de Dioniso en Delfos, el presunto establecimiento de la paz entre los dos dioses, ocasionó “...la transformación de la mántica apolínea, hasta entonces sobriamente adivinatoria, en mántica extática, o sea, revestida de tintes dionisíacos...” Esta conexión entre Apolo y Dioniso, Giorgio Colli la llama la contradicción simultánea o la identidad de naturaleza. Aquí Apolo frena los excesos de Dioniso de una manera legalista, es decir, lo acompaña llevando a cabo un movimiento paralelo.

En la Grecia arcaica la convergencia entre ambos dioses “...no se remonta a un episodio concreto, a un acontecimiento histórico, a un acto de concordia...”, sino que se manifiesta en el hecho de su permanente “...intercambio de nombres y atributos...”

Tanto Apolo como Dioniso suscitan en el vidente lo que Platón llamó manía. Aunque con efectos particulares en cada caso. Por ejemplo, en la posesión apolínea el adivino transmite “...una palabra que no comprende y que pronuncia con una boca demente, pero que se interpretará como sabiduría...”. Mientras que el dios de la uva con su furor “...incita a los hombres a la demencia y él mismo es un verdadero demente...”. En sentido estricto, Apolo y Dioniso, son los patronos de la manía o mántica, entendida como señal o anuncio de la sabiduría. Por el momento, digamos, que la definición más completa sobre el asunto de la mántica griega la proporciona Gorgio Colli: “...la manía es la sabiduría vista desde el exterior, en su manifestación primaria, en su primera aparición como visión, danza, contacto, sonido que sólo se percibe, aunque aún no llega a escucharse...”

Dioniso nace en la Tracia. Las ménades “...mujeres poseídas a veces por un delirio divino...” lo criaron en el interior de los bosques, al modo de unas nodrizas del dios de los árboles y de los frutos. Dioniso, “...hombre barbudo y vigoroso...”, andaba con un tirso que solía llevar como un cetro. Este tirso “...era una vara enramada cubierta de hojas de hiedra y parra...” La leyenda Boecia considera a Dionisio hijo de Zeus y Sémele. Una antigua forma de caracterización de lo dionisíaco fue la manifestación del entusiasmo divino, esa especie de crisis que acomete a las bacantes, adoradoras del dios, y que las lanza “...corriendo por los campos entre gritos y movimientos desordenados...”. En el culto dionisíaco la música de flauta acompañada de la noche y la luz de antorchas era el telón de fondo para el sacrificio del ternero que se comería crudo.

Sileno, genio de las fuentes, era el compañero de viaje de Dioniso. A Sileno se le representa “...como un viejo calvo, y feísimo, siempre borracho...” No obstante, su repulsiva presencia es fundamental dentro de la sabiduría popular de los griegos. Según la leyenda: “...el rey Midas persiguió durante largo tiempo en el bosque, sin poder alcanzarle, al viejo Sileno, compañero de Dioniso...” Hasta que por fin lograría apoderarse de Sileno, el demonio montado sobre un asno pintado a veces con cola y pezuñas de caballo. El rey Midas consultaría entonces a Sileno como si fuera él un oráculo. La pregunta fue la siguiente: “...qué cosa debía el hombre preferir, a toda otra y estimar por encima de todas...” 18. Inmóvil y obstinado Sileno permaneció mudo. Hasta que se echó a reír y pronunció este vaticinio: “...raza efímera y miserable, hija del azar y del dolor. ¿Por qué me fuerzas a revelarte lo que más te valiera no conocer? Lo que debes preferir a todo es, para ti, lo imposible: es no haber nacido, no ser, ser la nada. Pero después de esto, lo mejor que puedes desear es morir pronto...”

“...Así justifican los dioses la vida de los hombres, viviéndola...”. Esta es quizá la mayor consecuencia obtenida del apareamiento entre Dioniso y Apolo. Apolo, dios solar, “...bañado en la solemnidad de la bella apariencia...”, proporciona mesura y engrandece la producción escultórica. Su rasgo representativo consiste en encarnar el principio de individuación. Dioniso, desde la otra orilla, celebra la alianza entre los humanos, a la vez que excita el entusiasmo de la vida ardiente. Su evangelio de la armonía universal comparte con el Uno Primordial la manifestación contradictoria y eternamente sufriente.


Melampo y la fisiología mística


Según Robert Graves, Melampo “...fue el primer mortal al que le concedieron poderes proféticos...” Nieto de Neleo, pariente de la dinastía Pilos, asentada en Mesenia. A Melampo se le considera el pionero en practicar el saber llamado epameía, el cual “...designa los cuidados que se presentan al enfermo como los actos del culto que se rinde a los dioses...” A este oficio luego se le conocerá como medicina.

Melampo sanaba por medios físicos lo que le confería el carácter de iatrómantis. Y su capacidad mántica la adquirió a través de una experiencia serpentina que lo transmutó y le hizo encarnar una fisiología mística sin precedentes: “...tras pasar por ella se convierte en ser especial, adivino, hombre dotado de poderes...” El mito griego da cuenta de ello: Melampo salva de la muerte a una camada de serpientes jóvenes que estaban a punto de perecer a manos de los criados. Las víboras agradecidas por el favor, lamen y limpian los oídos de Melampo y él puede entender el lenguaje de los pájaros. Desde entonces el adivino interviene en la conversión de magos e intermediarios de la conexión entre dioses y hombres. Y en Grecia, es el primero en instituir templos a Dioniso.

Existen dos anécdotas que amplían la perspectiva humana de este mago: la primera tiene que ver con su hermano Biante, quien estaba perdidamente enamorado de su prima y cuyo padre sólo la entregaba a cambio de que un hombre fuera capaz de ahuyentar el ganado de su territorio, pues este ganado era para él lo más preciado del mundo. Ese hombre fue Melampo. Y lo hizo por Biante, sin contar que en los establos un perro furioso custodiaba los pórticos. Por eso Melampo “...en cuanto puso su mano en una vaca, el perro le mordió una pierna...” Y estuvo en la cárcel. Sin embargo, su osadía le permitió una excepción: el rey Fílaco le otorgaba un premio a Melampo “...aunque sólo después de haber estado en prisión exactamente un año...” Y fue así que Melampo intercambió su libertad y una porción de ganado por curar la esterilidad de Íflico, príncipe e hijo de Fílaco.

La segunda anécdota refleja el perfil de monarca que tuvo el personaje. Marcel Detienne así lo atestigua en su libro Dioniso a cielo abierto, donde otro rey, esta vez Proitos de Argólida, angustiado porque sus hijas son presa de la locura, al rehusar los cultos de Dioniso, acepta entregar dos tercios del reino a Melampo. Era tanta la calamidad que la peste se extendía con rapidez entre las mujeres.

Melampo es uno de los preferidos de Apolo, después que el dios lo conoce y se le hace visible a orillas del río Alfeo. De ahí en adelante Melampo continua profetizando luego de observar las vísceras de las víctimas sacrificadas.

Este tipo de adivinación, el estudio de las entrañas, especialmente el hígado (hepatoscopia) proviene del Oriente y los etruscos, primeros habitantes de Toscana, la aprendieron para obtener una clave del futuro. Tages, el propietario de esta técnica, la confió a la humanidad y desde entonces se le conoce como disciplina etrusca o haruspicium. Cicerón, en su tratado De Divinatione, ilustra el origen de Tages: en la ciudad de Tarquino, a unas sesenta millas de Roma, un agricultor vislumbra “...una criatura infantil que salió de repente de uno de los más profundos surcos...”, la cual revela los secretos de la haruspicina por medio de libros sacerdotales.

Los adivinos etruscos, que Melampo probablemente conoció, pueden compararse con los druidas de Gales. Arrunte, descrito por Lucano, era su máxima figura. Su poder consistía en interpretar los sucesos de la naturaleza, el curso del rayo y los mensajes de las criaturas aladas que vuelan por el aire.

En la antigüedad la curación más famosa a través de la ciencia etrusca o el augurio le correspondió a Melampo. Su reto, ya lo dijimos, era acabar con la esterilidad del príncipe Íflico, quien a la postre pudo tener un hijo llamado Podarces.

Melampo tuvo éxito en su pronóstico gracias a que llevó a cabo el siguiente procedimiento: desolló dos toros y los dejó abandonados para que fuesen devorados por los pájaros. Luego con sigilo pudo escuchar la conversación de las aves. Fue entonces cuando un buitre le compartió la causa de la aridez sexual del príncipe: estando el rey Fílaco castrando una serie de carneros no advirtió que su hijo Íflico tomó el cuchillo ensangrentado que el padre había dejado cerca. Posteriormente el instrumento sería clavado en una encina sagrada cuya corteza con el paso del tiempo lo ocultó. Melampo aseguró que si el cuchillo era descubierto y su herrumbre se raspaba para ser bebida durante diez días, Íflico podría engendrar.

Por esto y por otras sanaciones Melampo fue objeto de culto en la ciudad mégara de Egóstenes. Allí existía un santuario con una estela que lo dibujaba como un hombre de baja estatura. Además, “...en su honor se realizan sacrificios y se celebra una ceremonia anual...”

Cuando el adivino era niño, la madre le acostumbró a no llevar calzado por lo que el sol le había ennegrecido los pies.

Melampo parece haber sido venerado como un dios aunque no diera oráculos de ningún tipo. Se dice también que “...las monedas acuñadas en el siglo III d.C le representan como un niño amamantado por una cabra...”

Finalmente, J.F.M. Noel en su Diccionario de mitología universal dice que las leyendas vinculan al augur con Egipto, debido a que él importó de allí los relatos míticos de Cronos. Según Clemente de Alejandría a Melampo le debemos el conocimiento de los misterios de Démeter.

*


Un gallo paraAsclepio

Para Asclepio
un gallo
de ojo rojo
y espuelas malvas
que picotee
en la noche
con su emplumado corazón crispado.
Para Asclepio
un gallo solaz
sin ipod
ni celular
desvelado por los huevos de oro
y temeroso de cruzar la calle.

*

Tiresias
por su doble sexo
era llamado
hermafrodo
el que enloquece
hasta perder
la visión
hombre pájaro
cautivo
en el secreto
Tebas
la esfinge
las siete puertas
fue su casa

*



Ars Mantis

Melampo
curaba con raíces
y brebajes.
Al rey Proitos
le arrancó dos tercios
del reino
por sanar
a sus hijas
de la locura.
El augur
atendía
a los pájaros
y bailando
purificaba
los rituales
de Febo.

*

Calcante
De nada me sirven

los herbarios
de la ciudad.
Tampoco el loto
ni la lengua de Mercurio.
Sólo el cerezo
bajo la lluvia
apaga
estas visiones
de la muerte
en Troya.

martes, 9 de febrero de 2010

TEBAS

Tebas (Θῆβαι Thévai) es una ciudad de Grecia, situada al norte de la cordillera de Citerón, que separa Beocia de Ática, y en el borde sur de la planicie de Beocia. Estaba situada a 48 km al noroeste de Atenas. En tiempos antiguos fue la ciudad más grande de esa región.

En la actualidad, el lugar de la antigua ciudadela, Cadmea, se encuentra ocupado por la ciudad de Thíva (Θήβα) que fue reconstruida después del terremoto de 1893. La ciudad actual tiene 24.400 habitantes (2001), el gentilicio corresponde a tebano..

En tiempos antiguos fue la ciudad más grande de la región de Beocia, territorio que estaba dividido en dos partes por el río Onquestos, del que Tebas estaba situada al sur, y al norte se hallaba Orcómeno. Estaba al pie de la montaña Teumessus; los riachuelos Ismenos (actual Ai Ianni) y Dirce (actual Platziotissa) pasaban cerca y un riachuelo de nombre Cnopos o Strofia dividía la ciudad en dos partes: al oeste Cadmea, y al sur la colina Ismenios y Anfion.

Tebas era famosa por sus siete puertas a las que hacen alusión Homero y Hesíodo. Sus nombre son dados por siete diferentes historiadores, que no concuerdan plenamente:

  • Proitides
  • Electra
  • Neita
  • Honkas
  • Borraia
  • Homoloides
  • Ebdoma

Contenido

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Monumentos y lugares principales de Tebas [editar]

  • El Templo de Apolo Ismenio
  • La fuente Melia de Ismenos
  • Atenea Onca
  • La fuente de Dirce o Paraporli
  • El teatro y el templo de Dioniso
  • El monumento de Anfion y Zetos
  • La fuente de San Teodoro
  • Syrma Antígona
  • Casa de Píndaro

Las vías principales conducían a Platea, Leuctra, Tanagra, Calcis, Tespias y Acrafnium.

Personajes famosos [editar]

Historia [editar]

Historia mítica [editar]

Restos de Cadmea, la primigenia ciudadela de Tebas.

La tradición dice que Tebas fue fundada por Cadmo hijo de Agenor, rey de Fenicia, jefe de una colonia fenicia, que fundó la ciudad con el nombre de Cadmea (habitantes cadmeos), nombre que más tarde se restringió a la ciudadela. La llanura del sur de Beocia se conocía como la Tierra Cadmea. La Odisea menciona a Anfion y Zetos, el primero como fundador de las murallas. Cinco espartanos, guerreros que sobrevivieron a una guerra contra un dragón, fueron los ancestros de las familias nobles (Sparti). Historiadores modernos consideran a los tebanos de origen pelásgico y no fenicio, y algunos piensan que fue en realidad una colonia de Creta y que los fenicios únicamente introdujeron el alfabeto.

Según la tradición, Cadmo tuvo un hijo, Polidoro, y cuatro hijas (Ino, Sémele, Autónoe, y Ágave). La primera fue mujer de Atamas y madre de Melicertes; la segunda fue amante de Zeus y madre del dios Dioniso; Autónoe fue madre de Acteón; y Ágave madre de Penteo. Fue Penteo quien sucedió a su abuelo, ya viejo, como rey de Tebas, pero su reinado fue efímero y Polidoro accedió al trono.

Le sucedió su hijo Labdaco que al morir dejó un hijo pequeño de nombre Layo y el trono fue usurpado por Licos, hermano de Nicteo. A la muerte de Nicteo, Licos y su mujer Dirce persiguieron a su nieta Antíope, cuyos hijos, Anfión y Zetos, se vengaron y consiguieron el trono de Cadmea, que fortificaron y unieron la ciudad baja con la ciudadela para formar la ciudad de Tebas.

Fue Anfión quien, con sus cánticos y su lira, hizo surgir milagrosamente las murallas y las puertas de Tebas: siete como las cuerdas de su instrumento.

Les sucedió Layo. Su hijo Edipo salió de Tebas después de que descubriera que había matado a su padre Layo y se había casado con su propia madre Yocasta. Sus dos hijos Eteocles y Polinices se disputaron el trono y durante la guerra civil Argos asedió Tebas dos veces (estos hechos son objecto de los poemes la Tebaida y los Epígonos, que son considerados sólo inferiores a la Ilíada y la Odisea. Polinices fue derrotado y huyó a Argos y obtuvo la ayuda del rey de esta ciudad Adrastos para ocupar el poder. Polinices, Adrasto y cinco héroes más (Anfiarao, Capaneos, Hipomedón, Partenopeos y Tideos). Estos siete formaron una alianza conocida como "Los siete contra Tebas" y atacaron Tebas, cada uno por una de las siete puertas de la ciudad. Eteocles y Polinices se enfrentaron en una de las puertas, y los argivos fueron derrotados y sus jefes murieron, menos Adrasto, que se escapó a caballo.

Catorce años después los hijos de los siete jefes organizaron otra expedición contra Tebas para vengar a los padres (guerra de los Epígonos); la expedición fue otra vez dirigida por Adrasto y la formaron: su hijo Agesilao, Tersandro (hijo de Polinices), Alcmeón y su hermano Anfíloco (hijos de Anfiarao), Diomedes (hijo de Tideos), Esténelo (hijo de Capaneos) y Prómaco (hijo de Partenopeos). Esta vez los epígonos ganaron en una batalla en el río Glisas y se presentaron en las murallas de Tebas. Los tebanos, aconsejados por Tiresias, se retiraron a territorio ilirio, dirigidos por Laodames, hijo de Adrasto. Los epígonos colocaron en el trono a Tersandro, hijo de Polinices; la primera expedición de los Siete habría pasado 20 años antes de la expedición a Troya y 30 años antes de la conquista de esta ciudad. Evidentemente, la veracidad de esta tradición es más que dudosa.

Otra tradición dice que Heracles nació en la ciudad y que luchó allí contra la ciudad de Orcómeno, el rey de la cual, Erginos, había impuesto tributo a Tebas, del que Heracles la libró y redujo el poder de Orcómeno.

Primeros siglos [editar]

Los tebanos no participaron en la guerra de Troya, si bien los escritores griegos tardíos incluyeron a Tersandro entre los miembros de la expedición y lo hacen morir en Misia a manos de Télefo. Después de esta muerte, los tebanos nombraron rey a Peneleo, porque el hijo de Tersandro, Tisámeno, era un niño. Peneleo es mencionado en la Ilíada como un líder beocio, pero no se dice que fuera rey de Tebas.

Sesenta años después de la guerra de Troya, los cadmeos fueron expulsados de Tebas por los beocios, tribu de los etolios emigrada desde Tesalia. Otra tradición dice que los tracios y pelasgos ocuparon Tebas durante la guerra de Troya y sus habitantes fueron enviados al exilio en Tesalia, exilio del que volvieron años más tarde.

Pausanias da la lista de los reyes que sucedieron a Tisámeno hasta que la monarquía fue abolida.

El corintio Filolao y su amante Diocles (también corintio) se establecieron en Tebas y crearon un código de leyes que más tarde fueron mencionadas por Aristóteles.

Historia hasta el siglo IV a. C. [editar]

Tebas aparece en la historia bajo una forma de gobierno oligárquico, cuando estaba al frente de una confederación de entre diez y catorce ciudades de Beocia. Los habitantes de Platea, descontentos con la hegemonía de Tebas, se retiraron de la confederación beocia y se aliaron a Atenas. Los tebanos fueron derrotados y hubieron de ceder a Platea el territorio al sur del río Asopo, que servía de frontera (hacia 519 a. C. o 510 a. C.). En 479 a. C. los tebanos y sus aliados combatieron junto a los persas en Platea y fueron derrotados; en octubre de aquel año los atenienses y otro griegos asediaron Tebas y la ocuparon al cabo de 20 días; el jefe oligarca de Tebas, Ataginos, se escapó con los persas, y los líderes oligárquicos favorables a Persia que quedaron, encabezados por Timagenides, fueron ejecutados. La hegemonía sobre las ciudades de Beocia casi se perdió, pero gracias a la ayuda de Esparta se pudo restablecer. En 457 a. C., Esparta envió un ejército a Beocia para asegurarse su control, y los espartanos acamparon cerca de Tanagra; los atenienses enviaron un ejército a este lugar, que fue derrotado en el Valle del Asopo (batalla de Tanagra, noviembre del 457 a. C.), pero habiéndose retirado los espartanos, los atenienses volvieron bajo la dirección de Mirónides y ganaron en la batalla de Enofita (febrero del 457 a. C.), imponiendo la disolución de la confederación beocia, cuyas ciudades recibieron gobiernos democráticos que ingresaron en la confederación de Delos. Los líderes oligárquicos fueron enviados al exilio. El gobierno democrático de Tebas duró diez año y gobernó mal; en 447 a. C., los oligarcas se hicieron con el poder en Orcómeno, Queronea y otras ciudades. Los atenienses enviaron un ejército dirigido por el general Tólmides que reconquistó Queronea, donde se estableció una guarnición, pero atacado por los tebanos fue derrotado y muerto y los atenienses expulsados, dejando miles de prisioneros. Para recuperar a los prisioneros, Atenas hubo de reconocer la independencia de Tebas y su hegemonía sobre las ciudades de Beocia, y los gobiernos democráticos fueron depuestos y sustituidos por gobiernos oligárquicos. Sólo Platea quedó bajo influencia de Atenas. Este hecho inició la segunda guerra del Peloponeso cuando los tebanos, en 431 a. C. atacaron Platea.

Los magistrados o generales dirigentes de la confederación eran los beotarcas, que eran once en la época de la batalla de Delio (se cree que dos representantes de Tebas y uno por cada otro miembro de la confederación); en Delio los beocios rechazaron el ataque ateniense (424 a. C.). Tebas y la confederación beocia (en realidad un instrumento de Tebas) estuvieron ausentes de la paz de Nicias (421 a. C.) y en 420 a. C. se aliaron con Esparta. En 413 a. C. los atenienses atacaron Tanagra y ocuparon la ciudad beocia de Micaleso. En 405 a. C., después de la batalla de Egospótamos, juntamente con los corintios urgieron a Esparta a eliminar a Atenas y vender a todos sus habitantes como esclavos. Pero Esparta prefirió instalar un gobierno aliado en Atenas y los exiliados atenienses, encabezaddos por Trasíbulo, encontraron entonces auxilio en Tebas y otras ciudades beocias, sobre todo por parte del tebano Ismenio.

Siglo IV a. C. [editar]

Cuando en 397 a. C., el rey espartano Agesilao II cruzó a Asia para luchar contra los persas, los tebanos rehusaron ayudarle e interrumpieron al rey cuando estaba haciendo un sacrificio religioso (a imitación de Agamenón), ofensa que el espartano no olvidará. El sátrapa persa Titraustes envió un delegado a Grecia (el rodio Timócrates) que repartió mucho dinero a los dirigentes de las ciudades para que hicieran la guerra a Esparta, y antes de formarse una coalición ya la guerra había estallado entre Tebas y Esparta (inicialmente Guerra Beocia) cuando en la disputa fronteriza entre los locrios opuntios y los focidios, Tebas se puso al lado de los primeros (e invadió Fócida) y Esparta de los segundos (en revancha por la ofensa a Agesilao). Lisandro, el general espartano, invadió Beocia, pero fue derrotado por los tebanos en Haliarto (otoño del 395 a. C.).Pausanias, el rey agíada de Esparta, se retiró y fue desterrado (le sustituyó Agesípolis I). Corinto, Atenas y Argos se aliaron con Tebas (más tarde a la guerra se le llamó guerra corintia, porque los combates tuvieron lugar en su territorio). Los corintios fueron derrotados por los espartanos en el riachuelo de Nemea, al sur de la ciudad (julio del 394 a. C.), pero los espartanos fueron derrotados por los persas en la batalla naval de Cnido (agosto del 394 a. C.) y docenas de ciudades se separaron de su alianza, pero Agesilao salvó la situación con una victoria sobre los tebanos en la batalla de Queronea (agosto del 393 a. C.), en la que sólo Orcómeno, que era aliada de Esparta y formaba el ala izquierda, fue derrotada, mientras el centro y la derecha espartana arramblaron a los tebanos, que se reagruparon en el monte Helicón y pudieron impedir el avance espartano, pero a costa de muchas bajas. La guerra corintia continuó los tres años siguientes con numerosos combates en el istmo de Corinto, donde los espartanos ocuparon el puerto de Lequeo y la ciudad de Sición. En dicho puerto fueron derrotados por los atenienses en 390 a. C.

En 387 a. C. la paz de Antálcidas puso fin a la guerra y reconoció la independencia de todas las ciudades griegas (menos Lemnos, Imbros y Esciros, que fueron reconocidas en Atenas "como en tiempos antiguos"). Agesilao vetó que Tebas pudiese ejercer la hegemonía sobre las ciudades de Beocia. Las ciudades beocias (Platea, Queronea, Tespias, Tanagra, Orcómeno, Livadia y Haliarto) recibieron gobiernos oligárquicos hostiles a Tebas y favorables a Esparta, una guarnició de la cual se estableció a Orcómeno y otra en Tespias, para controlar Beocia, y Platea fue reconstruida y puesta bajo influencia espartana (386 a. C.). En 382 a. C., cuando el general espartano Febides iba hacia Acanto y Apolonia de Iliria que habían solicitado la ayuda de Esparta en un conflicto local, pasó por Tebas donde el jefe opositor oligárquico Leontiades le pidió conquistar y establecer una guarnición en Cadmea; los espartanos ocuparon Cadmea con ayuda de los oligarcas y derrocaron al jefe democrático tebano Ismenio. Una guarnición tebana fue establecida en Cadmea y Leontiades asumió el poder. Eso fue visto en toda Grecia como una traición espartana a Tebas y a los términos de la paz del 387 a. C. El gobierno espartano hizo destituir del mando al general Febides, pero el general se quedó en Cadmea, y muchos ciudadanos tebanos se refugiaron en Atenas. Leontiades fue sustituido por Arquias, que gobernó hasta el 379 a. C., cuando una revolución dirigida por Pelópidas le asesinó y los revolucionarios expulsaron a los espartanos y tomaron el poder.

En 378 a. C. Tebas se alió con Atenas contra Esparta. Los tebanos derrotaron a los espartanos en Tegira (Beocia, 375 a. C.) después de lo cual restauraron su hegemonía regional, de la que sólo quedaron excluidas Queronea y Orcómeno; la paz entre Atenas y Esparta se firmó en la ciudad de Esparta en 374 a. C., pero la guerra se reinició al año siguiente, año en el que los tebanos destruyeron Platea y anexionaron Tespias (y además reclamaban Oropos). En 371 a. C., Epaminondas fue nombrado beotarca y poco después, Atenas y Esparta firmaron signar la paz (Paz de Calias) el verano del mismo año, tratado que ratificaba el de 374 a. C. y al que Tebas se negaba a adherir hasta que no se reconociese su hegemonía en Beocia. Para forzar a los tebanos a firmar, los espartanos dirigidos por el rey Cleómbroto I, marcharon al norte y ocuparon el puerto de Creusis (en el golfo de Corinto) y acamparon en la llanura de Leuctra, cerca de Tespias, donde se presentaron los tebanos y se libró la batalla en la que los tebanos (unos seis mil hombres) obtuvieron la victoria (los espartanos eran 25.000) y Cleómbroto murió (junio o julio del 371 a. C.). Fócida, Élide, Acaya y Tesalia se aliaron con Tebas, pese a ello los otros estados griegos ratificaron el tratado de paz. Arcadia pidió la alianza tebana contra Esparta a finales de año.

En 370 a. C., Tebas se alió con Argos y los tebanos invadieron el Peloponeso. Sición fue ocupada y se estableció allí un gobierno democrático; los tebanos entraron en Arcadia y el gobierno oligárquico de Tegea fue derrocado y la democracia establecida. Los extremos del norte y este de Laconia, pertenecientes a Esparta, pasaron a manos de los aliados de Tebas; los tebanos entraron en Mesenia, que se hizo independiente (y se fundó la ciudad de Mesene como capital), pero fracasaron en la ciudad de Esparta.

En 369 a. C. se fundó en Arcadia la ciudad de Megalópolis, que fue poblada con los ciudadanos de algunas ciudades arcadias; en este año los tebanos ocuparon Pelene y devastaron las regiones de Trecén y Epidauro; lucharon contra el tirano de Tesalia, Alejandro de Feres, combates en los que fueron capturados los jefes tebanos Ismenio y Pelópidas.

En 368 a. C., los tebanos volvieron a atacar Esparta y en 366 a. C. Tesalia; en este último territorio fueron derrotados En 367 a. C., los espartanos derrotaron a los arcadios y argivos en Medea y Epaminondas volvió al Peloponeso por tercera vez.

En 366 a. C., Epaminondas fue a Acaya para unir esta región con Argos y Arcadia contra Esparta. En 365 a. C. los tebanos construyeron una flota con la que ocuparon Larimna en la Lócrida. En 364 a. C., Epaminondas, impuso a Pérdicas III como rey de Macedonia (frente a Ptolomeo Alorita que fue ejecutado) y volvió a Tesalia y derrotar a Alejandro de Feres en la batalla de Cinoscéfalos.

También Epaminondas hizo una expedición naval que supuso que Bizancio, Rodas, Quíos y Ceos dejaran la alianza con Atenas y pasaran a la de Tebas, pero eso sólo duró mientras las naves tebanas estuvieron en estos lugares, pues nada más partir los partidos proatenienses recuperaron el poder.

Durante la ausencia de Epaminondas, los oligarcas intentaron un golpe de estado en Tebas que fue abortado y 300 conspiradores y ciudadanos de Orcómeno fueron ejecutados; Orcómeno fue atacada y destruida y muchos habitantes asesinados o vendidos como esclavos.

En 363 a. C., Epaminondas hizo la cuarta y última expedición al Peloponeso; en Arcadia la disputa era permanente entre Tegea (aliada de Tebas) y Mantinea (aliada últimamente de Esparta); Epaminondas atacó Mantinea donde había fuerzas espartanas y derrotaron a la ciudad y a sus aliados (12 de julio del 362 a. C.) victoria en la que perdió la vida. La muerte de Epaminondas supuso el final de la hegemonía tebana en Grecia. Una paz en Arcadia estableció, poco después la partición entre los dos bando: Tegea y Megalópolis y otras ciudades menores de un lado, y Mantinea de otro. Tebas aún conservó un cierto prestigio durante un tiempo, pero en 358 a. C., las ciudades de la isla de Eubea, que había pasado a dominio tebano después de la batalla de Leuctra en 371 a. C., se rebelaron; Tebas envió un ejército, pero los rebeldes pidieron ayuda a Atenas, con la cual rechazaron a los tebanos.

Un decreto religioso del consejo anfictiónico de Delfos condenó a los espartanos y focidios, y estos últimos dirigidos por Filomeno y Onomarco ocuparon Delfos y se apoderaron del tesoro sagrado. Eso hizo formar una coalición contra Fócida (356 a. C.), que encabezó Tebas (que no perdonaba a Fócida su salida de la Liga Beocia) y Tesalia. Fue el inicio de la llamada Tercera Guerra Sagrada.

En 346 a. C., Tebas atacó Fócida e incendió Aba; la guerra acabó con la intervención de Filipo II de Macedonia que destruyó las ciudades de Fócida obligando al jefe focidio, Felecos, a rendirse (346 a. C.); Filipo devolvió a Beocia la ciudad de Orcómeno y otras que se habían separado.

Con la paz de Filócrates en 346 a. C., Fócida fue excluida de la anfictionía, desmilitarizada (y las fortificaciones destruidas) y hubo de pagar 60 talentos al año para devolver los tesoros robados. En 339 a. C., en la cuarta Guerra Sagrada, Filipo II de Macedonia pasó por las Termópilas y ocupó Elatea, en la frontera de Beocia. Tebas, que era aliada de Macedonia, entró entonces, gracias a la oratoria de Demóstenes, en la alianza ateniense para hacer frente a la hegemonía macedonia, por la cual las dos ciudades formarían un ejército conjunto que sería dirigido por Atenas por tierra y alternativamente por ambas en el mar; Tebas pagaría un tercio y Atenas dos tercios. La coalición fue derrotada por Filipo en Queronea en 338 a. C., y las ciudades griegas se convirtieron en dependientes de Macedonia. Tebas se rindió y la Liga Beocia fue disuelta (Oropos fue transferida a Atenas); una guarnición macedonia se estableció en Cadmea y ses creó el gobierno de los Trescientos, partidario de Filipo. Orcómeno y Platea fueron restauradas y repobladas con ciudadanos enemigos de Tebas.

En 336 a. C. murió Filipo y en 335 a. C., los tebanos antimacedonios se rebelaron al correr el rumor de la muerte del rey macedonio Alejandro Magno, y asediaron a la guarnición macedonia y pidieron a los griegos la rebelión general; Alejandro fue desde Iliria y exigió a los rebeldes la sumisión, y como no la obtuvo ocupó la ciudad y la destruyó; seis mil tebanos murieron y el resto de sus habitantes (unos treinta mil) fueron hechos esclavos, y su territorio repartido entre las ciudades vecinas de Orcómeno, Platea y de Fócida y alguna otra. Sólo quedó en pie Cadmea, sede de la guarnición macedonia y la casa de Píndaro. Durante los siguientes veinte años, Tebas quedó despoblada hasta que en 315 a. C. fue restaurada por Casandro, que llevó allí tebanos exiliados y sus descendientes, operación en la que tuvo el apoyo de Atenas y otros estados de Grecia; en Cadmea quedó una guarnición leal a Casandro. En 293 a. C. Tebas pasó a manos de Demetrio Poliorcetes, que la perdió, pero la recuperó en 290 a. C.

Época romana [editar]

Después de la caída de Corinto en 146 a. C. el cónsul romano Mumius la destruyó según Tito Livio, pero probablemente sólo destruyó las murallas. Estruvo al lado de Mitrídates VI del Ponto en la guerra contra Roma, por lo que Sila tomó la mitad de su territorio que destinó al culto religioso en compensación por las destrucciones de los templos de Olimpia, Epidauro y Delfos. Más tarde las tierras fueron devueltas a Tebas. Era un lugar poco importante en tiempos de Augusto y de Tiberio (según Estrabón). En el siglo II, Cadmea estaba deshabitada y la parte baja de la ciudad estaba casi destruida menos los templos. Al final del siglo III y en el siglo IV recuperó población debido a la afluencia de refugiados de las ciudades costeras.

Edad Media [editar]

En 1040 los tebanos lucharon contra los invasores búlgaros, pero fueron derrotados. En 1146 la ciudad fue incendiada por los normandos de Sicilia que hicieron un gran botín. En 1166 fue visitada por Benjamín de Tudela y era una ciudad de cierta importancia con una gran población de judíos (unos dos mil).

Fue ocupada por los almogávares de la Gran Compañía Catalana que la convirtieron en su capital después de 1311, y fue integrada en el ducado de Atenas. El vicario general y el arzobispo del ducado residían en Tebas con una amplia población catalana y el municipio estaba organizada según las costumbres de Cataluña. El infante Ferrán de Mallorca fue encarcelado en el castillo de San Homero que fue destruido por los catalanes en 1331, el mismo año en que se firmó un tratado entre los almogávares y el señor de Negroponte. En 1362 Roger de Lauria que se levantó allí contra el lugarteniente del vicario en Tebas, Pedro Despou. Roger permitió el establecimiento de los otomanos en la ciudad (1363), pero los expulsó en 1364 a ruego del Papa.

Una asamblea de dignatarios catalanes dio lugar a los llamamados Capítulos de Tebas (1367), aprobados por el rey de Sicilia, referidos al buen estamento de los ducados y al gobierno y la defensa de los castillos. El Papa reunió a los delegados de Europa en Tebas para una alianza contra los turcos (1373).

En 1378 los catalanes se rebelaron contra el vicario Luis Federico, pero éste los sometió. Los navarros de Juan de Urtubia atacaron la ciudad favorecidos por la traición de algunos habitantes como micer Aner, Oliver Domingo, Juan Corominas y probablemente el arzobispo Simón Autamano. Los asediados recibieron ayuda de Galcerán de Peralta y del notario Pedro Balter desde Atenas, pero estos fueron derrotados y cayeron prisioneros de los navarros, y la ciudad fue ocupada y saqueada; los catalanes y griegos huyeron a Eubea y Atenas (mayo a junio de 1379). El año siguiente (1380), Luis Federico intentó recuperar la ciudad y Juan de Urtubia pidió ayuda y protección a los caballeros hospitalarios. En 1388 pasó a la familia florentina de los Acciajouli.

Más tarde bajo dominio otomano (desde 1460), quedó reducida sólo a la ciudadela de Cadmea y algunas casas más. No queda ningún rastro de la antigua ciudad y sólo se han encontrado algunas estatuas y fragmentos de las murallas.

http://es.wikipedia.org/wiki/Tebas_(Grecia)

CICLO TEBANO

Ciclo tebano

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Se denomina ciclo tebano al conjunto de poemas que, datados en la Época Arcaica de Grecia (los tres poemas se suelen datar entre los siglos VIII y VII a. C.), narraban la sucesión de los acontecimientos ocurridos en la leyenda que tiene como eje central al personaje de Edipo y a la posterior guerra entre tebanos y argivos.

Los poemas que comprendían este ciclo son tres: Edipodia, Tebaida y Epígonos. Se discute si otro poema perdido llamado Alcmeónida debe ser incluido o no en este ciclo.

Ninguno de estos poemas se ha conservado y de ellos sólo se conocen unos pocos fragmentos, en virtud de los cuales puede aproximarse a su esquema básico, y gracias también a otros poemas paralelos o posteriores y a las tragedias de la Época Clásica.

Las tragedias cuyos argumentos están basados en el ciclo tebano son:


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Edipodia [editar]

Edipo y la Esfinge. Gustave Moreau

Su autor, según la tábula borgiana, fue Cinetón de Esparta.

Edipo fue abandonado cuando era niño por sus padres Layo (hijo de Lábdaco y rey de Tebas) y Epicasta (Yocasta en la tradición posterior) por motivos que no están claros, pero sobrevive y es encontrado y criado por Pólibo y Peribea, reyes de Corinto, como si fuera su propio hijo.

Posiblemente continuara contando como, años después, Layo se enamora del joven Crisipo, hijo de Pélope, lo rapta y lo viola. Crisipo, por vergüenza, se suicida. Sin embargo, algunos estudiosos creen que el rapto de Crisipo por Layo es una innovación de Eurípides y por tanto no debía aparecer en la Edipodia.

Entonces Hera, encolerizada envía a Tebas a la Esfinge, un monstruo, y el adivino Tiresias aconseja a Layo que haga sacrificios para aplacar la cólera de los dioses pero él prefiere ir a consultar el oráculo.

Layo parte a consultar con el oráculo pero en una encrucijada del camino es muerto por Edipo (ignorando que se trata de su padre) en un incidente.

Edipo luego llega a Tebas y derrota a la Esfinge y como premio los tebanos (o bien Creonte, el hermano de Epicasta) lo eligen como rey, casándose para ello con la viuda de Layo, es decir, Epicasta (la propia madre de Edipo aunque él lo ignoraba). Tras descubrir que se había producido el incesto, Epicasta se suicida tras maldecir a su hijo.

Edipo sigue reinando en Tebas y se casa nuevamente, esta vez con Eurigania y tuvieron cuatro hijos: Eteocles, Polinices, Antígona e Ismene.

Edipo muere en Tebas (a diferencia de la tradición posterior, que lo hacía morir en Colono).

Tebaida [editar]

Eteocles y Polinices. Giovanni Battista Tiepolo

El autor, según la tábula borgiana, es de la ciudad de Mileto, pero no se ha conservado su nombre.

Cuenta el origen de la guerra en la que los de Argos sitiaron Tebas, como maldiciones que lanzó Edipo contra sus hijos Eteocles y Polinices; la primera por recordarle Polinices el parricidio que cometió y la segunda por un motivo que no está claro. Primero los maldice con una guerra fraticida y la segunda maldición consistió en que se matarían el uno al otro.

Eteocles y Polinices deciden gobernar Tebas un año cada uno pero al transcurrir el primer año Eteocles no quiere ceder el turno a Polinices y lo destierra.

Polinices llega a Argos donde tiene una disputa con Tideo, que había sido exiliado de Calidón, pero Adrasto, rey de Argos, los separa, los casa con sus hijas y les promete ayudarles a recuperar sus reinos.

Emprenden la guerra contra Tebas, aunque Anfiarao, el adivino, previendo el desastre, no quiere ir a la lucha. Sin embargo finalmente acude a la guerra incitado por su esposa Erífila, la cuál había sido previamente sobornada con el collar de Harmonía.

Así que se produce el sitio de Tebas pero mueren todos los capitanes de las tropas argivas en diversas circunstancias excepto Adrasto, que sobrevive y huye en su caballo Arión. Polinices y Eteocles se dan muerte el uno al otro.

El poeta latino Estacio compuso un poema llamado también Tebaida con un argumento basado en la Tebaida de este ciclo.

Epígonos [editar]

El autor, según un escolio a Aristófanes, es Antímaco de Teos.

Se cuenta una nueva expedición organizada por Argos, capitaneada esta vez por los hijos de los capitanes de la primera expedición, junto con Adrasto, contra Tebas, gobernada por Laodamante, el hijo de Eteocles.

En esta ocasión los argivos derrotaron a los tebanos.

Probablemente se narraría también la muerte del adivino tebano Tiresias.

Referencias [editar]

  • Berbabé, Alberto (1979). Fragmentos de épica griega arcaica. Madrid: Gredos.
  • S. Ruipérez, Martín (2006). El mito de Edipo. Madrid: Alianza.

LA ESFINGE

En la mitología griega, la Esfinge (en griego antiguo Σφίγξ, quizá de σφίγγω, ‘estrangular’) era un demonio de destrucción y mala suerte, que se representaba con rostro de mujer, cuerpo de león y alas de ave.

Foto: "Edipo y la Esfinge" del pintor francés Gustave Moreau (1826-1898)

Hesíodo, quien en su Teogonía es el primero que la menciona, la hace hija de la Quimera y de Ortro, el terrible perro hermano de Cerberos. Opinión que no comparte Laso de Hermíone, quien la estima nacida de Equidna, la bella ninfa con cola de serpiente, y del poderoso Tifón; siendo de la misma opinión Higinio y Apolodoro. Otros la señalan como el fruto de los amores entre Tifón y la Quimera.

Para la mayoría de los escritores de la antigüedad, la Esfinge era única y de ascendencia divina. Sin embargo, hay algunos que dan a entender que se trataría de una especie de animal. Así, Plinio el Viejo señala que las esfinges habitan las zonas más remotas de Etiopía y tienen un pelaje pardo rojizo.

Según Apolodoro, la Esfinge era un monstruo con rostro y pecho de mujer, patas y cola de león, y alas de pájaro. Estacio precisa que tenía el rostro pálido, la boca llena de veneno, ojos como brasas encendidas y las alas siempre manchadas de sangre. Heródoto llamó a las esfinges egipcias, que tienen rostro de hombre y carecen de alas, androesfinges, para distinguirlas de la Esfinge griega.

La Esfinge en Tebas

Hesíodo llama a la Esfinge «ruina de los cadmeos», aludiendo a los tiempos en que «llegó desde la parte más lejana de Etiopía» para causar el terror en los campos que circundaban la ciudad de Tebas.

Fue enviada por un dios, pero no hay acuerdo sobre cuál. La mayoría de los autores señala que fue la vengativa Hera, opinión que sostienen, entre otros, Apolodoro y el autor del escolio a las Fenicias. Señala este último que el motivo de la diosa habría sido la impunidad en que los tebanos quedaron tras el rapto y la seducción que Layo, rey de Tebas, cometiera en la persona del joven Crisipo. También se menciona como que fue enviada por Dioniso y Ares, vinculando las razones de este último al episodio en el que su hijo Dragón fue muerto a manos de Cadmo, el fundador de Tebas. Eurípides, por su parte, señala que la envió Hades.

La Esfinge se instaló en uno de los montes del oeste de la ciudad de Tebas, el Ficio o el Antedón. Desde ahí se dedicó a asolar la campiña tebana destruyendo las siembras y matando a todos los que no fueran capaces de resolver sus enigmas. Mataba estrangulando, y algunas opiniones refieren que de ahí viene su nombre, ya que cerraba (sphíggein, ‘cerrar’) el paso del aire a los desafortunados que caían en sus garras.

Higinio refiere que la Esfinge propuso a Creonte, rey de Tebas, que si alguien era capaz de resolver uno de sus enigmas se iría para siempre; pero si no, mataría a quienes fallasen y seguiría destruyendo. Apolodoro, no cree que el monstruo haya sido capaz de compromiso alguno, y propone que debió haber sido un oráculo el que revelara a los tebanos la forma de librarse de la Esfinge.

El acertijo

Según Apolodoro, la Esfinge había aprendido el arte de formular enigmas de las Musas.
Cuenta Aristófanes el gramático que Edipo mismo la llamó musa, ya que era propio de las Musas el manejar las palabras con belleza, esto es, a través del canto. La Esfinge cantaba sus enigmas, así lo afirma Pausanias. Sófocles la llama «cruel cantora».

El acertijo, en la sencilla formulación de Apolodoro, habría sido: «¿Qué ser provisto de voz es de cuatro patas, de dos y de tres?» Semejante enunciación la encontramos en Diodoro Sículo, a saber: «¿Cuál es el que al mismo tiempo es un bípedo, un trípedo y un cuadrúpedo?» Una versión más elaborada es la que presenta Aristófanes el gramático:

Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, que tiene sólo una voz, y es también trípode. Es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por tierra, aire o mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad de sus miembros es mucho más débil.

Edipo y la muerte de la Esfinge

Varios trataron de resolver el enigma de la Esfinge y fallaron, siendo muertos; entre ellos Hemón, hijo de Creonte. Ante tan angustiosa situación, el rey hizo una proclama a toda Grecia prometiendo que daría el reino, y a su hermana Yocasta en matrimonio, a quien resolviera el enigma de la Esfinge. Muchos vinieron de remotos lugares y fallaron en dar la solución, pero Edipo, el hijo perdido de Layo y Yocasta, lo interpretó correctamente. Según Aristófanes el gramático, estas habrían sido las palabras con que Edipo respondió a la Esfinge:

Escucha, aun cuando no quieras, Musa de mal agüero de los muertos, mi voz, que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que cuando se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez.


Foto: "Edipo y la Esfinge" de Vulci. h. 460 a.C. Atribuido al pintor Edipo. Kylix ático de figuras rojas. Museo Gregoriano Etrusco Vaticano, Roma. Nº de catálogo 16541.

Según Higinio, al escuchar la respuesta de Edipo, la Esfinge saltó desde el monte, que era su guarida, en busca de la muerte. Apolodoro afirma que no saltó desde un monte, sino desde la acrópolis de Tebas. Hay otros, como Eurípides, que señalan que no saltó, sino que fue el propio Edipo quien le arrojó montaña abajo.

Como recompensa, Edipo se casó con la reina (su verdadera madre) y se convirtió en el regente de Tebas.

Explicación del origen del mito de la Esfinge, según Pausanias

Hay una tradición, referida por Pausanias, que dice que la Esfinge no habría sido un monstruo, sino una hija del rey Layo, a quien se le habría revelado un secreto sólo conocido por los monarcas de Tebas. Al morir Layo, cuando varios de sus hijos llegaron a reclamar el trono, la Esfinge los habría enfrentado diciendo que sólo reconocería como legitimo sucesor a quien fuera capaz de señalar con precisión el secreto de los reyes tebanos, y condenaría a muerte a todo el que fallare. Sólo Edipo, nos dice esta tradición, desentrañó correctamente el secreto, ya que le había sido revelado en un sueño.

Fuentes: Wikipedia, Theoi Project
Artículo relacionado: Ciclo tebano, Edipodia

domingo, 7 de febrero de 2010

ARTE Y TÉCNICA DEL TEATRO

EL TEATRO SAGRADO

Por Peter Brook

Lo llamo teatro sagrado por abreviar, pero podría llamarse teatro de lo invisible-hecho-visible: el concepto de que el escenario es un lugar donde puede aparecer lo invisible ha hecho presa en nuestros pensamientos. Todos sabemos que la mayor parte de la vida escapa a nuestros sentidos: una explicación más convincente de las diversas artes es que nos hablan de modelos que sólo podemos reconocer cuando se manifiestan en forma de ritmos o figuras. Observamos que la conducta de la gente, de las multitudes, de la historia, obedece a estos periódicos modelos. Oímos decir que las trompetas destruyeron las murallas de Jericó; reconocemos que una cosa mágica llamada música puede proceder de hombres con corbata blanca y frac, que soplan, se agitan, pulsan y aporrean. A pesar de los absurdos medios que la producen, en la música reconocemos lo abstracto a través de lo concreto, comprendemos que hombres normales y sus chapuceros instrumentos quedan transformados por un arte de posesión. Podemos hacer un culto de la personalidad del director de orquesta, pero somos conscientes de que él no hace música, sino que la música lo hace a él; si el director está relajado, receptivo y afinado, lo invisible se apodera de él y, a su través, nos llega a nosotros. (1)

EL RITO PERDIDO
...Cierto es que seguimos deseando captar en nuestras artes las corrientes invisibles que gobiernan nuestras vidas, pero nuestra visión queda trabada al extremo oscuro del espectro... Aunque el teatro tuvo en su origen ritos que hacían encarnar lo invisible, no debemos olvidar que, a excepción de ciertos teatros orientales, dichos ritos se han perdido o están en franca decadencia. La visión de Bach se ha conservado escrupulosamente en la exactitud de sus notaciones; en Fra Angélico asistimos a la verdadera encarnación, pero ¿dónde encontrar la fuente hoy día para intentar tales procedimiento? En Coventry, por ejemplo, se ha construido una nueva catedral de acuerdo con la mejor receta para lograr un noble resultado. Honestos y sinceros artistas, los "mejores", se han agrupado para levantar, por medio de un arte colectivo, un monumento a la gloria de Dios, del Hombre, de la Cultura y de la Vida. Se ha erigido, pues, un nuevo edificio en el que se aprecian bellas ideas y hermosas vidrieras: sólo el ritual está gastado. Estos himnos antiguos y modernos, quizá encantadores en una pequeña iglesia de pueblo, esos números en las paredes, esos sermones son aquí tristemente inadecuados. El nuevo lugar reclama voces de un nuevo ceremonial, si bien este ceremonial debería haber pasado adelante y dicta en todos sus significados, la forma del lugar, como ocurrió cuando se construyeron todas las grandes mezquitas, catedrales y templos. La buena voluntad, la sinceridad, el respeto reverente y la creencia en la cultura no son suficientes: la forma exterior sólo puede adquirir verdadera autoridad si el ceremonial tiene otra tanta; y ¿quién hoy día puede llevar la voz cantante? Como en toda época, necesitamos escenificar auténticos rituales, pero se requieren auténticas formas para crear rituales que hagan de la asistencia al teatro algo tonificante de nuestras vidas. Esos rituales no están a nuestra disposición y las deliberaciones y resoluciones no los pondrán en nuestro camino.
El actor busca en vano captar el eco de una tradición desvanecida, lo mismo que los críticos y el público. Hemos perdido todo el sentido del rito y del ceremonial, ya estén relacionados con las Navidades, el cumpleaños o el funeral, pero las palabras quedan en nosotros y los antiguos impulsos se agitan en el fondo. Sentimos la necesidad de tener ritos, de hacer algo por tenerlos, y culpamos a los artistas por no "encontrarlos" para nosotros. A veces el artista intenta hallar nuevos ritos teniendo como única fuente su imaginación: imita la forma externa del ceremonial, pagano o barroco, añadiendo por desgracia sus propios adornos. El resultado raramente es convincente. Y tras años y años de imitaciones cada vez más débiles y pasadas por agua, hemos llegado ahora a rechazar el concepto mismo de un teatro sagrado.
Cuando fui a Stratford por primera vez, en 1945, todo valor concebible estaba enterrado bajo un sentimentalismo mortal, una complaciente valía, un tradicionalismo ampliamente aprobado por la ciudad, los eruditos y la prensa. Se necesitó la audacia de un anciano caballero excepcional, sir Barry Jackson, para tirar todo eso por la ventana y hacer aún posible la búsqueda de auténticos valores. Y fue en Stratford, años después, en ocasión de un almuerzo oficial para celebrar el cuadringentésimo aniversario del nacimiento de Shakespeare, donde vi un claro ejemplo de la diferencia existente entre lo que es y lo que podría ser un rito. Se pensó que el nacimiento de Shakespeare requería una celebración ritual. La única celebración que se nos podía ocurrir era un banquete, que hoy día significa una lista de personas incluidas en el
Who’s Who, reunidas alrededor del príncipe Felipe, para comer salmón ahumado y bistecs. Los embajadores se saludaban con una ligera inclinación de cabeza y se pasaban el vino tinto del rito. Charlé con el diputado local. Luego, alguien pronunció un discurso oficial, le escuchamos correctamente y nos levantamos para brindar por Shakespeare. En el momento en que chocaron los vasos -por no más de una fracción de segundo, en la común conciencia de todos los presentes, por una vez todos concentrados en la misma cosa- pasó el pensamiento de que cuatrocientos años atrás había existido tal hombre, y que por ese motivo nos habíamos reunido. Por un instante el silencio se agudizó, hubo un esbozo de significado. Un momento después todo quedó borrado y olvidado. Si entendiéramos más sobre ritos, la celebración ritual de una persona a la que tanto debemos pudiera haber sido intencional, no casual. Pudiera haber sido tan poderosa como sus obras teatrales, tan inolvidables. La verdad es que no sabemos cómo celebrar, ya que no sabemos qué celebrar. Lo único que sabemos es el resultado final: conocemos y gustamos de la sensación y el clamor de lo celebrado mediante el aplauso, y ahí nos quedamos. Olvidamos que hay dos posibles puntos culminantes en una experiencia teatral: el de la celebración, con el estallido de nuestra participación en forma de vítores, bravos y batir de manos, o, también, en el extremo opuesto, el del silencio, otra forma de reconocimiento y apreciación en una experiencia compartida. Hemos olvidado por completo el silencio, incluso nos molesta; aplaudimos mecánicamente porque no sabemos qué otra cosa hacer y desconocemos que también el silencio está permitido, que también el silencio es bueno. (2)

EL TEATRO QUE OBRA POR MAGIA

...Todas las formas de arte sagrado han quedado destruidas por los valores burgueses, aunque esta clase de observación no ayuda a resolver el problema. Sería necio permitir que nuestra repulsa de las formas burguesas se convirtiera en repulsa de las necesidades comunes a todos los hombres: si existe todavía mediante el teatro, la necesidad de un verdadero contacto con una invisibilidad sagrada, han de ser examinados de nuevo todos los posibles vehículos.
A veces me han acusado de querer destruir la palabra hablada y, sin embargo, en este disparate hay un grano de verdad. En su fusión con la lengua norteamericana, nuestro idioma, en cambio continuo, rara vez ha sido más rico; no obstante, no parece que la palabra sea para los dramaturgos el mismo instrumento que fue en otro tiempo. ¿Se debe a que vivimos en una época de imágenes? ¿acaso hemos de pasar un período de saturación de imágenes para que emerja de nuevo la necesidad del lenguaje? Es muy posible, ya que los escritores actuales parecen incapaces de hacer entrar en conflicto, mediante palabras, ideas e imágenes con la fuerza de los artistas isabelinos. El escritor moderno más influyente, Brecht escribió textos ricos y plenos, pero la verdadera convicción de sus obras es inseparable de las imágenes de sus propias puestas en escena. Un profeta levantó su voz en el desierto. En abierta oposición a la esterilidad del teatro francés anterior a la guerra, un genio iluminado, Antoine Artaud, escribió varios folletos en los cuales describía con imaginación e intuición otro teatro sagrado cuyo núcleo central se expresa mediante las formas que le son más próximas, un teatro que actúa como una epidemia por intoxicación, por infección, por analogía, por magia, un teatro donde obra, la propia representación, se halla en lugar del texto.

¿Existe otro lenguaje tan exigente para el autor como un lenguaje de palabras? ¿Existe un lenguaje de acciones, un lenguaje de sonidos, un lenguaje de palabra como parte de movimiento, de palabra como mentira, de palabra como parodia, de palabra como basura, de palabra como contradicción, de palabra-choque, de palabra-grito? Si hablamos de lo más-que-literal, si poesía significa lo que se aprieta más y penetra más profundo, ¿es aquí donde se encuentra? Charles Marowitz y yo formamos un grupo, con el Royal Shakespeare Theatre, llamado Teatro de la Crueldad, con el fin de investigar estas cuestiones e intentar aprender por nosotros mismos lo que pudiera ser un teatro sagrado.
El nombre del grupo era un homenaje a Artaud, pero no significaba que estuviéramos intentando reconstruir el teatro de Artaud. Cualquiera que desee saber qué significa "teatro de la crueldad" ha de recurrir directamente a los escritos de Artaud. Empleamos este llamativo título para definir nuestros experimentos, muchos de ellos directamente estimulados por el pensamiento artaudiano, si bien numerosos ejercicios estaban muy lejos de lo que él había propuesto. No comenzamos por el centro, sino que iniciamos nuestro trabajo con la máxima sencillez por los márgenes.
Colocábamos a un actor frente a nosotros, le pedíamos que imaginara una situación dramática que no requiriese ningún movimiento físico e intentábamos comprender en qué estado de ánimo se encontraba. Naturalmente, era imposible, y éste era el objeto del ejercicio. El siguiente paso consistía en descubrir qué era lo mínimo que necesitaba para poder comunicarse. ¿Un sonido, un movimiento, un ritmo? ¿Eran intercambiables estos elementos o cada uno tenía su fuerza particular y sus limitaciones? Por lo tanto trabajábamos imponiendo drásticas condiciones. Un actor
debe comunicar una idea -al principio siempre ha de ser un pensamiento o un deseo lo que debe proyectar-, pero sólo tiene a su disposición, por ejemplo, un dedo, un tono de voz, un grito o un silbido.
Un actor se sienta en un extremo de la sala, de cara a la pared. En el extremo opuesto, otro actor concentra su mirada en la espalda del primero, sin que se le permita moverse. El segundo actor ha de hacer que el primero le obedezca. Como éste se halla de espaldas, el segundo sólo puede comunicarle sus deseos por medio de sonidos, ya que no se le permite emplear palabras. Esto parece imposible, pero se puede hacer. Es como cruzar un abismo sobre un alambre: la necesidad origina de repente extraños poderes. He oído decir de una mujer que levantó un enorme automóvil para sacar de debajo a su hijo herido, proeza técnicamente imposible para sus músculos en cualquier posible situación.

. ..Nuestro trabajo se dirigía lentamente hacia diferentes lenguajes sin palabra: tomábamos un acontecimiento, un fragmento de experiencia y realizábamos ejercicios que lo transformaban en formas que pudieran ser compartidas por otros. Alentábamos a los actores a no verse sólo como improvisadores, entregados ciegamente a sus impulsos interiores, sino como artistas responsables de la búsqueda y selección entre las formas, de manera que un gesto o un grito fuera como un objeto descubierto e incluso remodelado por el actor. En nuestra experimentación llegamos a rechazar, por no considerarlo ya adecuado, el tradicional lenguaje de las máscaras y del maquillaje. Experimentábamos con el silencio. Emprendimos la tarea de descubrir las relaciones entre el silencio y su duración: necesitábamos un público ante el cual pudiéramos colocar un actor silencioso, con el fin de cronometrar el tiempo de atención que era capaz de imponer a los espectadores. Luego experimentamos con el ritual, en el sentido de esquemas repetidos, para ver cómo es posible ofrecer más significado y más rápidamente que por el lógico desarrollo de los acontecimientos. Nuestro objetivo en cada experimento, bueno o malo, acertado o desastroso, era el mismo: ¿puede hacerse visible lo invisible mediante la presencia del intérprete?

Sabemos que el mundo de la apariencia es una corteza: bajo la corteza se encuentra la materia en ebullición que vemos si nos acercamos a un volcán. ¿Cómo dominar esta energía? Estudiábamos los experimentos biomecánicos de Meverhold con los que representó escenas de amor en columpios, y en una de nuestras representaciones Hamlet arrojó a Ofelia a los pies del público mientras que él se balanceaba en una cuerda sobre la cabeza de los espectadores. Negábamos la psicología, intentábamos destrozar las divisiones aparentemente estancas entre el hombre público y el particular, entre el hombre externo, cuya conducta está ligada a las reglas fotográficas de la vida cotidiana, que ha de sentarse por sentarse y permanecer de pie por permanecer de pie, y el hombre interno, cuya anarquía y poesía suelen expresarse sólo por sus palabras. El discurso no realista se ha aceptado durante siglos, toda clase de público se tragó la convención de que las palabras podían hacer las cosas más extrañas: en un monólogo, por ejemplo, un hombre permanece quieto pero sus ideas pueden vagar por donde quieran. El discurso bien torneado es una buena convención, pero ¿hay otra? Cuando un hombre pasa por encima de las cabezas de los espectadores sujeto a una cuerda, cada aspecto de lo inmediato se pone en peligro y el público, que se encuentra a gusto cuando el hombre habla, se ve lanzado a un caos. ¿Puede aparecer en este instante de perplejidad un nuevo significado?
En las obras naturalistas el dramaturgo crea el diálogo de tal manera que, aun pareciendo natural, muestra lo que quiere que se vea. Al emplear un lenguaje ilógico, mediante la introducción de lo ridículo en el discurso y de lo fantástico en la conducta, un autor del teatro del absurdo se adentra en otro vocabulario. Por ejemplo, llega un tigre a la habitación y la pareja no se da cuenta: la mujer habla, el marido contesta quitándose los pantalones y un nuevo par entra flotando por la ventana. El teatro del absurdo no buscaba
lo irreal por buscarlo. Empleaba lo irreal para hacer ciertas exploraciones, ya que observaba la alta de verdad en nuestros intercambios cotidianos, y la presencia de verdad en lo que parecía traído por los pelos. Si bien ha habido algunas obras notables surgidas de esta manera de ver el mundo, en cuanto escuela el absurdo ha llegado a un callejón sin salida. Lo mismo que en tanta estructura novelística, lo mismo que en tanta música concreta, por ejemplo, el elemento de sorpresa se atenúa y tenemos que afrontar el hecho de que el campo que abarca es a veces pequeñísimo. La fantasía inventada por la mente corre el riesgo de ser de poca monta, la extravagancia y el surrealismo de tanta parte del absurdo no hubiera satisfecho a Artaud más que la estrechez de la obra psicológica. Lo que quería en su búsqueda de lo sagrado era absoluto: deseaba un teatro que fuera un lugar sagrado, quería que ese teatro estuviera servido por un grupo de actores y directores devotos, que crearan de manera espontánea y sincera una inacabable sucesión de violenta imágenes escénicas, provocando tan poderosas e inmediatas explosiones de humanidad que a nadie le quedaran deseos de volver de nuevo a un teatro de anécdota y charla. Quería que el teatro contuviera todo lo que normalmente se reserva al delito y a la guerra. Deseaba un público que dejara caer todas sus defensas, que se dejara perforar, sacudir, sobrecoger, violar, para que al mismo tiempo pudiera colmarse de una poderosa y nueva carga.
Esto parece formidable; origina, sin embargo, una duda. ¿Hasta qué punto hace pasivo al espectador? Artaud mantenía que sólo en el teatro podíamos liberarnos de las recognoscibles formas en que vivimos nuestras vidas cotidianas. Eso hacía del teatro un lugar sagrado donde se podía encontrar una mayor realidad. Quienes ven con sospecha la obra artaudiana se preguntan hasta qué punto es omnímoda esta verdad y, en segundo lugar, qué valor tiene la experiencia. Un totem, un grito de las entrañas, pueden derribar los muros de prejuicio de cualquier hombre, un alarido puede sin duda alguna llegar hasta las vísceras. ¿Pero es creativa, terapéutica, esta revelación, este contacto con nuestras represiones? ¿ Es verdaderamente sagrada o bien Artaud en su pasión nos arrastra a un mundo inferior, al margen del esfuerzo, de la luz, a D. H. Lawrence, a Wagner? ¿No hay incluso un olor a fascismo en el culto de la sinrazón? ¿No es antiinteligente un culto de lo invisible? ¿No es una negación de la mente?

Al igual que ocurre con todos los profetas, debemos distinguir al hombre de sus seguidores. Artaud nunca logró su propio teatro; quizá la fuerza de su visión es como la zanahoria delante de la nariz, que nunca se puede alcanzar. Cierto es que siempre habló de una completa forma de vida, de un teatro en el cual la actividad del actor y la del espectador son llevadas por la misma desesperada necesidad.

Artaud aplicado es Artaud traicionado: traicionado porque se explota sólo una parte de su pensamiento, traicionado porque es más fácil aplicar reglas al trabajo de un puñado de devotos actores que a las vidas de los desconocidos espectadores que por casualidad se han adentrado en el teatro.

Sin embargo, en las impresionantes palabras "teatro de la crueldad" se busca a tientas un teatro más violento, menos racional, más extremado, menos verbal, más peligroso. Hay una alegría en las conmociones, cuya dificultad es que desaparecen. ¿Qué sigue a una conmoción? Ahí radica el obstáculo. Disparo una pistola apuntando hacia el espectador -lo hice en cierta ocasión- y por un segundo tengo la posibilidad de alcanzarlo de un modo diferente. Debo relacionar esta posibilidad con un propósito; de lo contrario, un instante después, el espectador vuelve a su punto de partida: la inercia es la mayor fuerza conocida. Muestro una hoja de color azul -nada más que de ese color-, ya que el azul es una afirmación directa que produce una emoción. Un instante después dicha impresión se desvanece. Si hago surgir un brillante destello de color escarlata, la impresión que produce es diferente, pero a menos que alguien se aferre a ese momento y sepa por qué, cómo y para qué lo hago, la impresión comienza también a desaparecer. (3)

LA ARCAICA CEREMONIA SAGRADA

...Para iniciar una ceremonia de vudu haitiano lo único que se necesita es un poste y gente. Se comienza a batir los tambores y en la lejana África los dioses oyen la llamada. Deciden acudir y, como el vudu es una religión muy práctica, tiene en cuenta el tiempo que necesita un dios para cruzar el Atlántico. Por lo tanto, se continúa batiendo los tambores, salmodiando y bebiendo ron. De esta manera se prepara el ambiente. Al cabo de cinco o seis horas llegan los dioses, revolotean por encima de las cabezas y, naturalmente, no merece la pena mirar hacia arriba ya que son invisibles. Y aquí es donde el poste desempeña su vital papel. Sin el poste nada uniría el mundo visible y el invisible. Al igual que la cruz, el poste es el punto de conjunción. Los espíritus se deslizan a través del bosque y se preparan para dar el segundo paso en su metamorfosis. Como necesitan un vehículo humano, eligen a uno de los participantes en la ceremonia. Una patada, uno o dos gemidos, un breve paroxismo en el suelo y el hombre queda poseído. Se pone de pie, ya no es él mismo, sino que está habitado por el dios. Este tiene ahora forma, es alguien que puede gastar bromas, emborracharse y escuchar las quejas de todos. Lo primero que hace el sacerdote cuando llega el dios es estrecharle la mano y preguntarle por el viaje. Se trata de un dios apropiado, pero ya no es irreal: está ahí, a nivel de los participantes, accesible. El hombre o la mujer comunes pueden hablarle, cogerle la mano, discutir, maldecirlo, irse a la cama con él: así, de noche, el haitiano está en contacto con los grandes poderes y misterios que le gobiernan durante el día.

En el teatro, durante siglos, existió la tendencia a colocar al actor a una distancia remota, sobre una plataforma, enmarcado, decorado, iluminado, pintado, en coturnos, con el fin de convencer al profano de que el actor era sagrado, al igual que su arte. ¿Expresaba esto reverencia o existía detrás el temor a que algo quedara al descubierto si la luz era demasiado brillante, si la distancia era demasiado próxima? Hoy día hemos puesto al descubierto la impostura, pero también hemos redescubierto que un teatro sagrado sigue siendo lo que necesitamos. ¿Dónde debemos buscarlo? ¿En las nubes o en la tierra? (4)

(*) Fuente: Todas las citas proceden de Peter Brook, El espacio vacío, Arte y técnica del teatro (trad. Ramón Gil Novales), Barcelona, Ed. Península, Colección Nexos, 1994.